"SOMOS ENANOS EN HOMBROS DE GIGANTES" (Bernardo de Chartres - S. XII)

miércoles, 10 de enero de 2018

¿Por qué escribo?

Muchas personas me han preguntado la razón por la cual dedico varias horas a la semana a escribir historias. 

Me gustaría decir que porque me gusta inventar historias.  Tal vez porque quiero cambiar el mundo, o tengo la ambición de ganarme el nobel. Quizás en el fondo deseo fama y fortuna...  

Sin embargo en mi interior, la respuesta es mucho más sencilla:  Luego de mas de cuarenta años escribiendo historias,  creo que solo hay una respuesta posible:  

¿Por qué escribo?  Porque no puedo evitarlo. 


Siempre que me hacen la pregunta recuerdo la historia del ciempiés que danzaba sobre una piedra al sol.   

Pero dejemos que sea Michel Ende quien nos la cuente.

A continuación transcribo su texto, que fue publicado en su  libro "Carpeta de Apuntes"  (Alfaguara 1996), y que responde mejor a esa pregunta que todo escritor se hace. 



Sobre el eterno infantil

(Conferencia dictada en Tokio por Michael Ende. )

“Distinguidas señoras, señores:

¡Minasama!

¿Por qué se escribe para los niños? Así reza el tema de este congreso y estoy seguro de que en los próximos días escucharemos muchas cosas interesantes y sustanciosas al respecto. Pero yo no soy un estudioso de la literatura, ni un filósofo de la cultura, no soy tan siquiera un verdadero experto en literatura internacional infantil y juvenil, por eso todo lo que yo pueda decirles no pretende tener validez general sino que será únicamente mi respuesta personal a la pregunta planteada. Tampoco tengo experiencia como orador, soy sólo un narrador de historias. Permítanme por ello comenzar con una pequeña historia. Su autor es el escritor alemán Gustav Meyrink, o en cualquier caso fue él quien la escribió por primera vez.

Sobre una piedra grande y lisa bailaba cada día, cuando brillaba el sol, a una hora determinada, un ciempiés. Los otros animales venían de lejos para contemplarle cuando, a su manera inimitable llena de encanto, trazaba sus lazos y sus espirales, mientras su cuerpo fulguraba a la luz y brillaba como si estuviese hecho de piedras preciosas. Era un placer mirarle y todos los animales encomiaban su arte y su gracia. Sin embargo, el ciempiés no bailaba para conseguir la fama y la admiración de los demás. Apenas echaba de ver a sus espectadores, tan ensimismado estaba en su danza.

Pero he aquí que vivía cerca de él, bajo las raíces de un árbol, un sapo grande y gordo, y a éste le irritaba lo que hacía el ciempiés. Ya fuese porque tenía envidia de su gracia y su fama, ya fuese porque estaba en contra de actividades inútiles como la danza, lo cierto es que había decidido aguarle la fiesta al ciempiés. Pero eso, por otra parte, no era tan fácil, pues lo que él no quería era exponerse a las críticas y reproches de los demás animales. Estuvo reflexionando largo tiempo y un día le vino una idea grandiosa, y escribió al ciempiés una carta que decía más o menos lo siguiente:

«¡Oh tú, admirable, maestro en el danzar armonioso y en los complicados lazos y espirales! Yo sólo soy una cosita pobre, húmeda, viscosa, y no tengo más que cuatro patas pesadas y torpes. Por eso te admiro sobremanera a ti, que consigues mover con tan maravilloso orden tus cien pies. Me gustaría tanto aprender un poquito de ti. Por eso dime, admirable maestro: cuando empiezas a bailar ¿mueves primero el primer pie izquierdo y luego el número noventa y nueve de la derecha? ¿O comienzas por el número cien de la izquierda y echas después el número cincuenta y tres de la derecha, moviendo después el tercero de la izquierda y luego el número setenta y dos de la derecha? ¿O lo haces al revés? Explica, por favor, a este ser tan pobre, húmedo, viscoso, con sólo cuatro patas, cómo te las ingenias, para que yo, indigno y reptante bicho, aprenda a moverme con un poquitín de gracia.»

El sapo colocó la carta sobre la piedra bañada por el sol y cuando el ciempiés llegó para bailar, allí la encontró y la leyó. Comenzó entonces a reflexionar sobre cómo lo hacía. Movió un pie, luego el otro, tratando de recordar cómo lo había hecho hasta entonces. Y comprobó que no lo sabía. Y no pudo hacer el menor movimiento. Estaba allí, inmóvil, y pensaba, pensaba, y movía tímidamente alguna de sus cien patas, pero lo que ya no podía era bailar. En efecto: lo de bailar había pasado a la historia.

Yo, naturalmente, no quiero compararme en modo alguno con tan gran artista como el ciempiés: la modestia me lo impide. Y mucho menos pretendo poner en relación, ni remotamente, a nuestros amables y distinguidos anfitriones con el alevoso sapo: eso lo exige la amistad y la buena educación. Y sin embargo quiero confesarles sinceramente que me pasó algo semejante a lo del ciempiés cuando me enteré del tema sobre el que tenía que hablarles a ustedes aquí:

¿Por qué se escribe para los niños?

Sí, ¿cuál será el motivo? Aquí estoy yo desde entonces moviendo tímidamente -para quedarnos en el símil del ciempiés- a veces esta pata, a veces esta otra, y no estoy en absoluto seguro de que lo haya sabido alguna vez. Lo único que espero es reconquistar, con los pensamientos que voy a exponer, mi despreocupación originaria. Y, con toda seguridad, no puedo responder por otros, sino sólo por mí.

Así que: ¿por qué escribo yo para los niños?

Ya aquí me quedo parado y compruebo que, para poder continuar, tengo que plantearme la pregunta de otra manera, pues en el fondo yo no escribo en absoluto para los niños. Quiero decir que, mientras escribo, no pienso nunca en los niños, no reflexiono sobre cómo he de expresarme para que me entiendan los niños, no elijo o desecho un tema porque éste sea o no sea apropiado para niños. En el mejor de los casos podría decir que escribo los libros que me habría gustado leer de niño. Esta fórmula suena bien, pero no corresponde del todo a la verdad, pues tampoco escribo recordando o reflexionando sobre mi propia adolescencia. El niño que fui una vez sigue hoy viviendo en mí, no hay un abismo -el del paso a la edad adulta- que me separe de él, en el fondo me siento como el mismo que era entonces. Llegado a este punto estoy viendo con mi mirada interior a más de un psicólogo que frunce el entrecejo y murmura: ése nunca ha llegado a la edad adulta.

Lo cual se tiene hoy por gravísima falta.

Bueno, qué se le va a hacer, lo admito, seguramente nunca he llegado a ser de verdad una persona adulta. Durante toda mi vida he procurado no convertirme en lo que hoy día llamamos adulto de verdad, o sea, ese ser mutilado, desencantado, banal, ilustrado, que existe en un mundo desencantado, banal, ilustrado, el mundo de los llamados hechos. Y me acojo aquí a las palabras de un gran poeta francés: cuando hemos dejado definitivamente de ser niños, ya hemos muerto.

Yo creo que en toda persona que todavía no se ha vuelto completamente banal, completamente a-creativa, sigue vivo ese niño. Creo que los grandes filósofos y pensadores no han hecho otra cosa que replantearse las viejísimas preguntas de los niños: ¿de dónde vengo? ¿Por qué estoy en el mundo? ¿Adónde voy? ¿Cuál es el sentido de la vida? Creo que las obras de los grandes escritores, artistas y músicos tienen su origen en el juego del eterno y divino niño que hay en ellos: ese niño que, prescindiendo totalmente de la edad exterior, vive en nosotros, ya tengamos nueve o noventa años; ese niño que nunca pierde la capacidad de asombrarse, de preguntar, de entusiasmarse; ese niño en nosotros, tan vulnerable y desamparado, que sufre y que busca consuelo y esperanza; ese niño en nosotros que constituye, hasta nuestro último día de vida, nuestro futuro.

Si se me permite, quisiera asociar a las palabras de Goethe del «eterno femenino», con toda la modestia que hace al caso, el eterno infantil sin el cual el hombre deja de ser hombre.

Para ese niño en mí y en todos nosotros cuento yo mis historias, pues ¿por quién o por qué valdría la pena hacer cualquier cosa?

No son, por tanto, miras pedagógicas o didácticas las que impulsan mi labor. El haber elegido la forma que pueden ustedes ver en mis libros tiene exclusivamente razones artísticas y poéticas. Si ustedes quieren contar determinados hechos maravillosos, tienen que describir el mundo de tal manera que tales hechos sean posibles y probables en él. Esto, por su parte, es cuestión del tono de voz, del estilo.

Cuando en los cuadros de Marc Chagall sobrevuelan parejas de enamorados los tejados de París; cuando sobre el tejado de una choza hay un carnero que toca el violín; cuando los ángeles hablan con los mendigos como con sus iguales, todo ello es plausible -y en Chagall es más que plausible, es incontestable realidad- porque la manera como nos cuenta esas cosas el pintor da con el tono exacto del eterno infantil. Y el eterno infantil en nosotros reacciona porque sabe -más allá de toda inteligencia racional exterior- que existe todo eso, que eso es incluso más real que toda la realidad de acá.

Es, sin embargo, característico de nuestra situación espiritual actual que, hablando de un pintor como Chagall, se haya comentado -incluso en ambientes de críticos y expertos de arte- que pese a todo se trata de «auténtica» pintura, o sea, de pintura seria; pero si un escritor o poeta se atreve a presentar en sus libros un mundo maravilloso infantil similar, entonces se le cuelga la etiqueta -todavía peyorativa- de «autor de libros infantiles». Ello quiere decir que los libros infantiles son un género inferior de literatura -si es que se los incluye en la literatura-, que cultivan únicamente personas que carecen de suficiente talento para ser verdaderos escritores. Ahora bien, esa opinión -lamentablemente muy extendida aún- sólo pone en evidencia los conocimientos artísticos deplorablemente escasos de quienes tienen tal opinión y son además tan necios como para exponerla en público. ¡Pero basta ya! Hoy no quiero caer en la polémica. Lo he hecho bastante en otro lugar y seguramente no faltará ocasión de ello en el futuro.

Volvamos, pues, a nuestro tema. Una vez que he explicado -de modo relativamente comprensible, espero- en qué sentido yo no escribo para niños, aún queda por responder la pregunta de por qué escribo.

Pues bien, tradicionalmente hay dos respuestas de poetas y escritores a esta pregunta, una por así decir misteriosa y una por así decir razonada.

La respuesta misteriosa reza mas o menos así: «Un escritor tiene que escribir. Una orden interior, una vocación numinosa le impulsan a ello. Moriría si no pudiese escribir».

La explicación por así decir razonada reza así: «El arte y la literatura tienen justificación sólo si ejercen una función clarificadora. Su misión es hacer reproducciones de la realidad con el fin de transformar esa realidad. Un escritor, por tanto, tiene que ser una especie de maestro de su público».

Ahora bien, para confesárselo a ustedes ya de entrada con toda claridad: para mí, la existencia del artista y del escritor no es ni misteriosa ni razonada. Ambas respuestas, aunque parezcan proceder de posiciones totalmente opuestas, tienen sin embargo algo en común: son el resultado de un pensamiento burgués, es decir, de un pensamiento para el que lo razonable no se concibe de otra manera que como equivalente de lo útil. De lo contrario, se trata de un fenómeno patológico.

Miren ustedes, distinguidos oyentes, la primera respuesta, la misteriosa, por así decir, convierte al escritor en una especie de neurótico obsesivo, en una persona que, en razón de una enigmática maldición o de una gracia especial, se halla bajo la obsesión interior de tener que expresarse a sí mismo. En el caso más feliz se le declara genio, es decir, se libera uno de la incómoda pregunta que plantea su existencia haciendo de él un hombre especial, un poseso o un carismático, en cualquier caso un anormal que de alguna manera, si bien lejana, está emparentado con los santos y los locos. Por consiguiente, un escritor así no tiene que aspirar a hacerse comprensible por su público sino que el público tiene la obligación de entender al escritor. No quiero nombrar a nadie aquí -a ustedes ya se les ocurrirán bastantes nombres-, pero en cualquier caso creo que una gran parte de nuestro actual quehacer literario, en todas las partes del mundo, está basado en esta manera de pensar. Ejércitos enteros de expertos en literatura se afanan analizando e interpretando tales obras, y nos explican lo que quería decirnos realmente el poeta. A mí, ya durante la época escolar, siempre me venía espontáneamente la pregunta de por qué el poeta no lo había dicho, si era eso lo que quería decir. Por lo visto -así pensaba yo entonces- los escritores son personas completamente incapaces de expresarse con claridad y necesitan un intérprete que haga inteligible su balbuceo.

La otra, la respuesta por así decir razonada a la pregunta de por qué se escribe, tiene aún más difusión y curiosamente está considerada -por más que sea típico producto del siglo XIX- como progresista. Especialmente en mi país, en Alemania, durante los treinta años que siguieron al final de la Segunda Guerra Mundial, la totalidad de la vida literaria estaba marcada por el afán verdaderamente angustioso de ver todo, absolutamente todo, bajo el aspecto crítico-social, político, emancipatorio o, de una manera u otra, clarificador. El escritor que quería ser tomado medianamente en serio en los ambientes culturales oficiales tenía que llevar a cabo sin falta los correspondientes y obligatorios ejercicios. Todo género de literatura que no se consideraba socialmente relevante pasaba ya a priori por ser literatura de evasión, o sea, de huida de la realidad y, en consecuencia, totalmente rechazable. El escritor, se decía, era la conciencia de la nación. Y como la conciencia, naturalmente, sólo tiene una función plausible cuando es una conciencia con remordimientos, nuestros escritores se superaban unos a otros formulando acusaciones, denunciando abusos, criticando la sociedad, la cultura, la situación social, las personas. Cada vez se iba cayendo en una vorágine más y más profunda de negatividad, de ira, de amargura, de tedio. Quien no seguía esa corriente pasaba por superficial o por tonto. El criterio decisivo por el que se juzgaba a un escritor era el llamado mensaje que contenían sus libros. Sólo eso era objeto de discusión. Sobre eso se pueden escribir a maravilla artículos y ensayos, y anti-artículos, y réplicas, en una palabra, mantener en funcionamiento todo el ruidoso aparato de la fanfarronería intelectual.

El escritor estaba por así decir ante un imaginario tribunal de justicia, ya fuese como fiscal del Estado o como defensor y abogado, y su libro, su pieza teatral, su poema tenían que probar algo: una culpa, un hecho social, un desarrollo histórico. Esa prueba era después examinada con vistas a su carácter conclusivo, era refutada, se presentaban pruebas en contra, que eran refutadas a su vez, en resumen, se veía toda la literatura desde una única perspectiva, la del argumento. Esto valía también para el libro infantil y hasta para los libros ilustrados.

Por favor les pido, señoras y señores, que no me entiendan mal. Con esta exposición algo polémica no quiero decir en absoluto que yo considere innecesaria o superflua toda esta corriente literaria. No lo es. Es y ha sido siempre una parte necesaria e importante de la literatura universal. Lo que yo ataco decididamente es ese rabioso dogmatismo que propugnaban y siguen propugnando los representantes de tal literatura. Mediante esa funesta unilateralidad, a muchos escritores cuyo punto fuerte no es la argumentación se les priva literalmente del aire que respiran. ¿Y no son precisamente las mayores obras de la literatura universal las que están más allá de toda argumentación? La Odisea y la Ilíada, Las mil y una noches, Don Quijote de La Mancha, nuestros cuentos populares, el Fausto, las grandes novelas de Balzac o Dostoievski, los dramas y las comedias de Shakespeare: todas ellas ni prueban ni refutan nada. Son algo. Presentan mundos pero no explican el mundo.

Una cosa es defender valores y otra crear o renovar valores ¿De qué sirve toda la argumentación crítico-social contra el envenenamiento y destrucción de la naturaleza si, en el fondo, el árbol como tal ya no nos dice nada? Pero un poeta que, con una poesía, me hace vivir la belleza de un árbol, la fraternidad de ese ser misterioso, pasa por ser anacrónico, una reliquia casi ridícula del pasado, mientras que el autor que escribe un furioso panfleto contra la destrucción del medio ambiente, aunque para él personalmente el monte no sea más que la base biológico-química de nuestra propia vida, es tenido por una persona progresista e incluso valiente.

Los valores no existen por sí solos, no son por así decir innatos y obvios, sino que los valores tienen que ser creados y constantemente renovados, para que existan. Toda crítica social parte de un valor común, el valor del hombre. La misión de los poetas es crear y recrear ese valor: cada uno a su manera, cada uno en su época y su cultura. Si no lo hacen, ese valor pierde rapidísimamente color y perfil, pierde realidad, y la consecuencia es el salvajismo y la brutalidad. Los escritores y artistas que se complacen en degradar y destruir cada vez más, en nombre de un muy dudoso amor a la verdad, el valor del hombre puede que tengan mucho éxito en nuestra actual civilización del puro intelectualismo, pero lo que están haciendo, en realidad, es destruir la base sobre la que ellos mismos descansan.

Y con esto he llegado al punto de mis reflexiones en que he de sacar el gato del saco, como se dice en alemán, o sea, en que tengo que decir claramente por qué escribo. Quizás noten ustedes, señoras y señores, que estoy vacilando, y eso tiene su razón de ser, pues soy consciente de que todo lo que pueda decir en relación con esta cuestión es diametralmente opuesto a lo que hoy se considera importante y acertado. Quiero, no obstante, intentarlo.

Seguramente conocen ustedes la célebre frase de Friedrich Nietzsche: «En cada hombre hay escondido un niño que quiere jugar». Yo quisiera tomarme la libertad de enmendar un poco esta frase de aquel gran despreciador de las mujeres y decir, «En cada persona hay escondido un niño que quiere jugar».

Lo confieso, pues, sin avergonzarme: el impulso verdadero, real, que me mueve mientras escribo es el placer del juego, libre y espontáneo, de la imaginación. Para mí, el trabajar en un libro es cada vez un nuevo viaje cuya meta no conozco, una aventura que me enfrenta con dificultades que yo no conocía antes, una aventura que hace surgir en mí vivencias, pensamientos, ocurrencias de las que yo nada sabía y al final de la cual me he convertido en otro distinto del que era al principio. Tal juego sólo se puede llevar a cabo sin un plan preconcebido, pues quien quiera saber o planificar por anticipado a dónde le llevará tal aventura está impidiendo de esa manera que suceda tal cosa.

Cuando yo, por ejemplo, escribía La historia interminable y había iniciado, junto con Bastian, mi pequeño protagonista, el largo y aventurero viaje por Fantasía, no sabía en absoluto dónde iba a estar la salida de Fantasía que nos posibilitaría a ambos el regreso a la realidad exterior. Tuve que acompañar a Bastian de etapa en etapa y más de una vez perdí la esperanza de que existiese siquiera tal salida. Pero yo me repetía a mí mismo constantemente: Fantasía no es una trampa. Confiaba en que la solución se presentaría en el momento adecuado, si yo me atenía con honradez y firmeza a las reglas de juego establecidas por mí mismo. Esa inseguridad me torturaba a veces hasta el punto de acabar totalmente agotado y desanimado. Con esa historia he luchado, literalmente, por salvar la piel. Esto puede parecer exagerado, pero todo aquel que conozca ese género de proceso creador comprenderá cómo hay que entender esta confesión. Sólo en el penúltimo capítulo, y verdaderamente sólo entonces -cuando Bastian depone ante Atreyu el signo de la emperatriz infantil, renunciando así a todo lo de Fantasía- vi yo también con claridad que ese signo era al mismo tiempo la salida que permitía regresar al mundo de los hombres.

¿Qué es, en definitiva, ese juego libre, creador? ¿No es un mero pasatiempo, un lujo intelectual? ¿O es una de las más hondas necesidades de la vida humana, algo sin lo cual el hombre deja de ser hombre? Yo podría desplegar aquí, ante ustedes, una larga lista de contundentes testimonios de muchos siglos y muchas culturas, testimonios que ensalzan el juego desprovisto de finalidad como verdadero campo de la libertad y dignidad humanas: empezando con el Ion de Platón y terminando con la célebre frase de Picasso: «Yo no busco. Encuentro». Hasta el Creador de este nuestro mundo jugó cuando creó la naturaleza, pues nadie podrá convencerme jamás de que la infinita variedad de formas y colores del mundo de los animales, plantas y piedras ha surgido únicamente por la imperiosa necesidad de sobrevivir y adaptarse. Pero no quiero desarrollar ante ustedes, distinguidos oyentes, una filosofía del juego. Eso llevaría de seguro muy lejos, y ni el lugar ni la hora son los adecuados. Sin embargo, quisiera llamarles la atención sobre una única cosa curiosa del juego, por parecerme importante en nuestro contexto.

El juego, si sigue siendo juego de verdad, no puede nunca moralizar. Es, en su esencia, amoral, es decir, está fuera de todas las categorías morales. Piensen en el juego de ajedrez, en los juegos de circo, en los juegos infantiles: nunca es cuestión de moralidad mientras que la totalidad de los participantes se atengan a las reglas del juego, o sea, mientras el juego siga siendo juego. Quien no se atiene a las reglas destruye ese carácter lúdico, por entremezclar los planos.

Voy a intentar hacer comprensible lo que estoy diciendo con un drástico ejemplo: si van ustedes por la calle y ven que en la acera de enfrente un tipo está apaleando a una mujer, se encuentran ustedes instantáneamente ante una situación que exige una decisión moral. Pueden ustedes tratar de buscar ayuda, pueden ir allí ustedes mismos para prestar socorro a la mujer, pueden también hacer como si no hubiesen visto nada y continuar su camino: en cualquier caso, han tomado una decisión moral, buena o menos buena. Pero si están en el teatro viendo cómo Otelo estrangula a Desdémona, sería extremadamente ridículo que se precipitaran ustedes al escenario para impedírselo. No sólo no hace falta que ustedes intervengan, sino que, al contrario, en cierto sentido incluso están disfrutando el crimen. Saben que se trata de una representación, de un juego, que lo que está pasando tiene lugar en lo imaginario y que por eso lo bueno y lo malo están igualmente justificados. En lo que dure la representación, ustedes están exentos de cualquier obligación moral. En eso justamente estriba la vivencia de la libertad, en el placer que procura el arte. Y entiendo arte aquí como la forma más elevada de juego.

Ahora bien, yo entiendo perfectamente, por supuesto, que a mucha gente el punto de vista que aquí defiendo les pueda parecer casi blasfemo. Vivimos en un mundo amenazado por la bomba atómica, un mundo en que ha habido y sigue habiendo en gran medida dictaduras y campos de concentración, un mundo en que existen la injusticia social y la explotación, en que parecen aumentar a diario la agresividad y la brutalidad, el abuso de la droga y todo género de deterioro psíquico: ¿y en ese mundo el arte y la poesía, justamente esos dos, se van a sustraer a todo imperativo moral? ¿Van a limitarse a ser un juego desprovisto de intencionalidad? ¡No podrá afirmarse en serio tal cosa! Sería puro cinismo.

Pues bien, lo que estoy diciendo es tan poco cínico y tan poco blasfemo como el comportamiento de un médico que durante una guerra o epidemia intenta sanar a los enfermos, salvar a los heridos, consolar a los moribundos. Si es un buen médico, no intentará aleccionar o mejorar la conducta de sus pacientes, intentará simplemente curarlos.

Miren ustedes, señoras y señores: vivimos en un siglo ideológico en que cada uno trata de imponer al otro sus opiniones y puntos de vista, convencerle, apabullarle con argumentos. Todos discursean a todos, y en la algarabía general muchas veces se pierden justamente las cosas sobre las que se doctora con tanto ahínco. Una de esas cosas es el hecho de que el arte y la poesía tienen fundamentalmente una finalidad terapéutica. Pues el arte verdadero, la poesía verdadera, nacen siempre de la totalidad de cabeza, corazón y sentidos, y restablecen esa totalidad en los hombres que tienen acceso a ellas, o sea, devuelven la salud, sanan a los hombres. Cuando ustedes regresan de un buen concierto, no ha aumentado su inteligencia, pero han tenido una experiencia que ha restablecido su totalidad, en ustedes ha sanado algo que antes estaba perturbado, separado.

Pienso, llegado a este punto, en un titiritero ruso a quien tuve una vez el honor de conocer. Aquel hombre había estado durante años en un campo de concentración nacionalsocialista. A base de diminutas sobras de puré de patatas, se había ido modelando poco a poco una serie de marionetas con las que, si no había cerca ningún guardián, les representaba cuentos a los niños. Hacía reír a los niños. También les representaba su propio destino, y hasta su muerte. Más tarde iban a él muchos reclusos en edad adulta y jugaba con ellos a lo mismo. Con frecuencia, en la noche anterior a la ejecución, les hacía a los condenados a muerte un juego de marionetas sobre lo que iba a sucederles. Y el modo como lo hacía devolvía a esas personas el sentimiento de la propia dignidad. Morían, pero morían de otra manera, con más serenidad, algunos incluso más consolados.

Puede uno preguntarse, indudablemente, de qué les sirvió todo eso a aquellas personas. Pero yo no plantearía así la pregunta. Para mí, aquel titiritero era un hombre de gran valentía y un verdadero artista.

Esa totalidad de cabeza, corazón y sentidos, que sólo nos puede regalar el juego carente de intencionalidad ¿qué otra cosa es, según su más honda esencia, sino belleza?

Sobre esta mutua relación entre juego libre y belleza escribió Friedrich Schiller su célebre ensayo Cartas sobre la educación estética del hombre. Nunca, ni antes ni después, se ha dicho nada más lúcido sobre el tema, y mejor le iría, sin duda ninguna, al arte y a la literatura actuales si más personas a las que atañe esta cuestión se tomaran la molestia de leer a fondo esa obra.

En la cima de sus reflexiones y como una especie de resumen lógico de sus ideas escribe allí Schiller la frase siguiente, extrañamente paradójica: «El hombre debe jugar sólo con la belleza, pero con la belleza sólo debe jugar».

¿Qué significa esto? El valor del juego libre -y por tanto también del arte y de la poesía, que constituyen para Schiller la forma más elevada de juego- viene determinado por su belleza. Pues la belleza -¡y sólo ella!- ennoblece y redime al hombre y lo libera de todas las constricciones de la naturaleza y de las leyes espirituales y morales. La belleza libera al hombre y en ello reside al mismo tiempo para Schiller el más elevado valor moral. Pero, continúa diciendo, sólo allí, sólo en el juego libre, puede tener validez absoluta esa norma de la belleza. Arrancada de ese contexto del juego, la exigencia radical de belleza se volvería necesariamente inhumana.

Un medicamento que, debidamente aplicado, puede devolver la salud al hombre puede convertirse siempre, si se abusa de él, en droga que destruye al hombre. En la misma medida en que sería absurdo introducir categorías morales en el juego libre, sería nocivo convertir las normas estéticas en fundamento de decisiones de la vida diaria. El fallo que emite un juez ha de ser justo. Es irrelevante si es bello o no. Un resultado de la investigación científica ha de ser verdadero. Su belleza no tiene la menor importancia. La decisión de un político debe estar impulsada por el sentido de la responsabilidad frente a los ciudadanos. ¡Adónde íbamos a parar si los poderosos se dejasen llevar en sus decisiones por categorías estéticas! Más pronto o más tarde acabarían comportándose como el emperador Nerón, que prendió fuego a la ciudad de Roma con el fin de tener un escenario espectacular para recitar sus poemas.

Ahora bien, nuestra actual vida cultural y espiritual tiende, más que cualquier otra de las anteriores, a confundir todas las categorías en lugar de a distinguir unas de otras. Lo que se preferiría es tener una única llave maestra que abriera todas las puertas. Debido a esa comodidad en el pensar se ha abandonado y olvidado la cuestión de la belleza. La discusión sobre una obra moderna de arte, una representación teatral, un libro, gira fundamentalmente en torno a lo que dice, si es original, si es nueva -¡sobre todo ha de ser nueva!-, pero prácticamente nunca es objeto de discusión el hecho de si es o no bella. Entonces, lógicamente, una gran parte de nuestra literatura y arte modernos ni siquiera reivindica tal cosa. La belleza ya ni siquiera constituye una aspiración.

¿A qué se debe eso?

La belleza es, por su misma esencia, trascendente. No es abarcable únicamente por el lado de acá. No es objetivable, o sea, no es posible medirla, pesarla o contarla. La belleza, para que sea percibida, necesita personas capaces de ello. ¿Es por eso sólo una vivencia subjetiva? El pensamiento materialista sólo puede comprobar que todas las culturas del mundo, todos los siglos, e incluso cada una de las generaciones, han desarrollado distintos conceptos de belleza, tan diferentes en ocasiones que llegan a ser totalmente contrapuestos. ¿Dónde está entonces el elemento común? Como el pensamiento formado en el empirismo de la ciencia no podía reconocer ese elemento común, toda la cuestión de la belleza se vio relativizada. Bello es -eso se dijo- lo que se considera en su momento como tal. La belleza de por sí no existe.

Peor aún: se llegó a hacer la absurda afirmación de que la belleza era una especie de embellecimiento encubridor, o sea, un amable embuste con el que se intenta velar, minimizar o incluso recubrir totalmente la vileza y brutalidad de nuestro mundo. ¡Cuando lo que ante todo se quería tener era veracidad! Se quería representar lo intolerable como intolerable, lo vil como vil, lo brutal como brutal. Así, en nombre de una exigencia mal entendida de veracidad, lo repugnante queda prácticamente declarado norma artística y poética. Entre ciertos críticos y grupos artísticos nació un auténtico culto a la fealdad. El hecho de que ni Homero ni Dante, ni Goya ni Grunewald, hubiesen prescindido en sus obras de lo horrible e insoportable, el hecho de que no encubriesen nada y que, sin embargo, transformasen todo en belleza, eso ya no se comprendió.

¿Y el público, la gente? Permanecían en silencio, intimidados y acongojados. Pues una gran parte del periodismo cultural quería convencerles de que, si lo que esperaban era belleza, formaban parte de la burguesía reaccionaria. Así que se encogían de hombros y se sometían, pues ¿a quién le agrada ser tenido por reaccionario? Tal intimidación dura hasta hoy. Pero así y todo, en la mayoría de la gente, sigue habiendo hoy -y quizás incluso más que nunca- una nostalgia, casi una verdadera sed de belleza. Yo creo que los hombres nada agradecen tanto como el que les ofrezcan un poquito de belleza. Esto es aplicable a los niños más aún que a las personas mayores. Y si se les priva de esa belleza, entonces echan mano del sucedáneo, del sustitutivo, del kitsch, para calmar la sed.

He dicho que la belleza es, por su misma esencia, trascendente, o sea, que no es abarcable únicamente del lado de acá. Es, por así decir, un reflejo luminoso que proviene de otros universos y que ilumina el nuestro transformando el sentido de todas las cosas. La esencia de la belleza es lo misterioso y lo maravilloso. Las banalidades de este mundo se convierten, a su luz, en revelaciones de otra realidad de la que todos venimos y a la que todos retornaremos, y que todos añoramos a lo largo de nuestra vida aunque la hayamos olvidado.

El escritor francés André Breton escribió en su Manifiesto del surrealismo: «Lo maravilloso siempre es bello. E incluso sólo lo maravilloso es bello».

Señoras y señores: les ruego que consideren una vez hasta qué punto hemos conseguido los hombres modernos desencantar nuestro mundo, despojarlo de todos sus misterios y milagros, echarlo a perder mediante la explicación racional. Observemos juntos por un instante la visión del mundo que hoy tiene todo hombre moderno instruido y que, ya desde la escuela, se inculca a todos los niños.

Así que, alguna vez, en alguna parte, en algún rincón perdido del universo, hubo una gran nebulosa de hidrógeno que -no se sabe por qué- empezó a girar. Poco a poco se fue formando una serie de grumos de materia que rodaban en torno a un sol común. Al cabo de algunos miles de millones de años y bajo la influencia de los rayos cósmicos, surgió en uno de esos grumos de materia una primera célula de albúmina que empezó a reproducirse. En el transcurso, nuevamente, de inimaginables períodos de tiempo, esa célula albuminosa se desarrolló más y más -siempre por la necesidad de adaptarse y por la selección natural- hasta que finalmente salió el hombre. Ese hombre era al principio tonto y supersticioso, la naturaleza que le rodeaba se la imaginaba él poblada de seres misteriosos, de elfos, ondinas, enanos, y seres semejantes, creía que en las estrellas y más arriba de ellas vivían seres divinos, e incluso los veneraba y les dirigía oraciones, pensaba que debía estar agradecido a su madre tierra por todo lo que le regalaba, y sobre todo estaba convencido de poseer un alma inmortal. Hoy sabemos que todo eso no son sino enternecedores desatinos. El alma del hombre no constituye otra cosa que la suma de todos los procesos electroquímicos del cerebro y del sistema nervioso. Precisamente mediante ese género de pensamiento, ilustrado, libre de valoraciones, hemos logrado dominar poco a poco la naturaleza y convertirla en esclava sin voluntad propia. Y caso de que la humanidad no ponga fin prematuramente, mediante una guerra atómica, a la vida que hay sobre este grumo de materia llamado tierra, ese sistema seguirá rodando otro par de millones o de miles de millones de años hasta que, conforme a las leyes de la entropía, muera alguna vez por efecto del frío o del calor. En el tenebroso silencio cósmico que reinará después, toda la historia de la humanidad, con sus sufrimientos y sus triunfos, con sus civilizaciones y guerras, con sus santos, genios y locos, no habrá sido otra cosa que un diminuto intervalo, apenas perceptible, en una inmensa y gigantesca serie de sucesos formidables pero absurdos.

Les ruego, señoras y señores, que tengan verdaderamente presente todo el desconsuelo, toda la banalidad de tal visión del mundo. A mí, por lo menos, no me asombra que la gente, sobre todo la gente joven, que acepta esta visión del mundo como la entera verdad, cuando en sus vidas surge la menor dificultad se metan una bala en la cabeza o se aniquilen a sí mismos con drogas. De semejante visión del mundo ya no pueden resultar valores morales, religiosos ni estéticos. Todo -incluso la más insignificante función vital- se vuelve, dentro de una tal concepción, aberrante y absurdo.

Va siendo hora de contraponer a esa visión del mundo otra que devuelva al mundo su sacrosanto misterio y al hombre su dignidad. En esa tarea, los artistas, poetas y escritores habrán de tener una participación importante, pues su labor consiste en prestar a la vida encanto y misterio.

Y aquí llego al cuarto y último punto de mis reflexiones. Yo debía dar una explicación de por qué escribo para los niños o de por qué escribo, sin más. Mi primera respuesta ha sido el libre juego de la imaginación. De él resultó la norma de la belleza. La belleza, a su vez, nos llevó a lo maravilloso v misterioso. Si se me permite llamar a estos tres conceptos, por así decir, los puntos cardinales de mi paisaje poético, todavía falta el cuarto, que es el humor.

Miren ustedes: todo lo que he dicho hasta ahora podría inducirle a uno a establecer una especie de dogmática, podría hacer del escritor algo así como un gurú de su público, un maestro esotérico de sus lectores. Ello significaría, sin embargo, que ejercería su influencia con medios que no son exclusivamente artísticos. De ese modo se convertiría sólo en propagandista de su mensaje, un propagandista que utiliza la poesía como una especie de envoltorio. Y eso exactamente es lo que había que evitar.

De ello le salva a uno, exclusivamente, el humor.

Tampoco del humor se puede dar una definición exhaustiva, como es natural. Tampoco a él se le puede medir o cuantificar, y menos aún experimentar. El humor se sustrae a cualquier intención. El humor no puede ser nunca fanático ni dogmático. Es siempre humano y amable. Es esa actitud de conciencia que nos da la posibilidad de admitir sin amargura la propia insuficiencia y no tomarla tan en serio. Y también tomar nota con una sonrisa de las insuficiencias de los demás. El humor no es idéntico a la sabiduría pero es un pariente cercano de ella.

Los inventores del humor son, creo, los judíos. Y ello tiene su razón de ser. En la mayor parte de las otras culturas se es o idealista o realista. Si se es idealista, se dirige la mirada sólo a lo esencial, a lo sublime, a lo divino. Se pasan por alto las molestas banalidades de la vida. Pero si se es realista, sólo se ve la miseria del mundo y se tiene por ilusión todo lo que es más elevado. Los judíos han aprendido en una larga y dolorosa historia a mantener bien agarrados los dos extremos. Viven en esa tensión entre arriba y abajo y la soportan con su famosa tozudez. Saben cuán dolorosos pueden ser los pies planos y saben del Dios eterno. Y consiguen, con toda modestia, plantarse con sus pies planos ante el trono de Dios. Y ése es el verdadero humor.

Y puesto que aquí queremos hablar sobre todo de literatura para niños o para el niño que hay en todos nosotros: seguro que no les digo a ustedes nada nuevo si añado que los niños para nada son tan receptivos como para el auténtico humor, pues éste les dice que se pueden tener y cometer faltas, más aún, que se nos quiere precisamente a causa de nuestras faltas. Y así creo que la curva nos lleva, de modo imperceptible y por sí sola, a nuestro punto de partida, al juego libre y desprovisto de finalidad.

El ciempiés puede danzar de nuevo.

Muchas gracias. ¡Domo arigato gosaimashita!”.

[Michael Ende, “Cuaderno de Apuntes”]



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miércoles, 3 de enero de 2018

Música antigua

Cuando alguien me dice que una canción ha permanecido seis semanas en el "top 10" de las favoritas, no puedo menos que sonreir. Mi discoteca personal tiene obras musicales que han perdurado por mas de 800 años, se siguen escuchando  en los reproductores de amantes de la buena música, se siguen grabando cientos de discos y hasta se presentan en  vivo en algunos teatros e iglesias. 

Aún Haendel, Bach, y Beethoven siguen llenando auditorios.  Todavía existen coros de música gregoriana, o se intepretan Cántigas de Santa María de la época de Alonso X, El Sabio.

Pero si bien nuestros oidos están preparados para entender la música de los clásicos, de hace doscientos o trescientos años, posiblemente no lo estemos para la música de la Grecia antigua,  Mesopotamia, el Egipto de los faraones o la China milenaria.

Esta semana les he traido un curioso video que encontré, con una recopilación de melodías muy antiguas.

Espero lo disfruten.




Hasta la próxima semana. 

miércoles, 27 de diciembre de 2017

Cómo sonaban los idiomas antiguos

Creo que la mayoría de nosotros nos hemos imaginado viajando al pasado.  Algunos preferirían ir a la Antigua Roma, otros a la Grecia de los filósofos, muchos quizás pedirían viajar a Jerusalém en la época de Jesús. Otro tanto iría en las cruzadas. 

Y tú,  ¿a qué época viajarías? ¿serías capaz de entender y hacerte entender por los humanos de esos tiempos lejanos?

Ni se te ocurra que ellos hablarán tu mismo idioma.

Para que te hagas una idea de como sonaban las lenguas antiguas te comparto este video que me encontré en la red.



Hasta la próxima semana,  y que tengan felices fiestas. 

miércoles, 20 de diciembre de 2017

miércoles, 13 de diciembre de 2017

Consejos a los nuevos médicos.

El 3 de diciembre se celebró el dia panamericano del médico. 

Esta semana quiero traer unos consejos que encontré en la red. Desconozco su autor.  Agradecería si me alguien lo sabe para darle los respectivos créditos.

Los siguientes consejos van dedicados a mis colegas, en especial los que apenas empiezan a transitar por este maravilloso mundo de la medicina. 


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1.-Aprende a hacer frente a la incertidumbre.

2.-Duda de lo que te enseñaron, sobre todo si parece inconsistente o incoherente.

3.-Demuestra lo que sabes con humildad. Al fin y al cabo, alguien lo supo antes que tú

4.-Sé tú mismo todo el tiempo. Disfruta.

5.-Trata de practicar la medicina con la misma ética y los principios en que creías que cuando entraste en la facultad. Que nunca te asuste admitir tu ignorancia.

6.-La medicina no es sólo el trabajo clínico, también se ocupa de las relaciones, el trabajo en equipo, sistemas, habilidades de comunicación, investigación, publicaciones, y la evaluación crítica.

7.-Trata a tus pacientes con el mismo cuidado y respeto que lo harías si fueran tus amigos del alma o tu familia.

8.-Más allá de la familia no hay un lazo más estrecho que entre médico y paciente.

9.-No creas todo lo que lees en los periódicos y las revistas médicas.

10.-El objetivo es saber cómo aprender, cómo conseguir información médica relevante, y la forma de evaluar críticamente la información

11.-Las primeras 10 veces que hagas algo -presentarte a un paciente, poner un catéter intravenoso, suturar una laceración- será difícil, así que pasa por esas 10 veces lo más rápido posible.

12.-A pesar de que no deberías tener miedo a decir "no sé" cuando sea apropiado, tampoco hay que tener miedo a estar equivocado.

13.-Valora cada rotación durante tu formación, incluso si no tienes intención de continuar con la especialidad, debido a que estás haciendo cosas y compartiendo experiencias que son únicas.

14.-Cuando tienes un mal día, ya que estás cansado, estresado, quemado por el trabajo, y no te valoran lo suficiente, no olvides que las cosas son mucho peores para la persona en el extremo frío del estetoscopio. El día puede ser malo, pero tú no tienes cáncer de páncreas.




miércoles, 6 de diciembre de 2017

Verdades de la medicina

Este texto lo encontré en Facebook.  Desconozco su autor, sin embargo estaría muy gustoso de dar los créditos respectivos. 

Lo traigo esta semana porque hay pacientes y amigos que están obsesionados por encontrar la futura causa de su muerte.  Buscan desesperadamente un examen o un análisis que les diga de qué se van a morir y evitarlo a toda costa, incluso a pagando el precio de tener vida en constante miedo y zozobra. 



Estimado paciente. 

No obstante el esfuerzo de su médico, debe recordar que: 
  1. La muerte es inevitable. 
  2. La mayor parte de las enfermedades graves no pueden ser evitadas y no tienen cura. 
  3. Mucha de nuestras patologías dependen de nuestro comportamiento.
  4. Los antibióticos no curan la gripe
  5. Las prótesis artificiales se pueden romper
  6. Está demostrado que hacer todos los análisis y estudios del mundo en ausencia de síntomas no disminuye la mortalidad y solo aumenta los gastos
  7. El hospital es el lugar del mundo en donde muere más gente
  8. Todos los medicamentos tienen efectos colaterales
  9. La mejora de las intervenciones sanitarias producen solo beneficios marginales y muchas no funcionan para nada. 
  10. El chequeo puede producir resultados falsos negativos y falsos positivos. 
  11. Todo médico cuando se levanta solo piensa en ir a hacer el bien a sus pacientes. 
  12. El doctor Google no se ha graduado de médico, al contrario, solo causa confusión. 
Por último piense que su médico es sólo un ser humano, no es Dios. 



miércoles, 29 de noviembre de 2017

Ideología de género y control de la natalidad.

Alguna vez escribí en este blog que la homosexualidad era un mecanismo de control de la sobrepoblación. (Lea El homosexualismo como control de a población). En esa entrada explicaba como las especies animales en sobrepoblación comenzaban a tener individuos con conductas homosexuales para evitar la procreación. 

También publiqué un artículo sobre la errónea tendencia a enseñar a los niños que desde el punto de vista biológico no había dos géneros sino uno solo. (Ver  De ministros y otros géneros

Últimamente parece que el mundo entero está empecinado en mostrar la homosexualidad como un triunfo de la especie humana, desconociendo que mientras más peligro tiene una especie biológica, más individuos homosexuales aparecen para evitar la sobrepoblación. 

Hace poco una amiga me ha enviado el siguiente vídeo del doctor Benigno Blanco, que denuncia que la idea de estimular la conducta homosexual se debe a una estrategia mundial de control de la natalidad.   


Aclaro que no es mi interés atacar a los homosexuales.  Ellos merecen todo el respeto y hay que luchar por sus derechos como seres humanos. Pero hay que entender que la condición de homosexual es el resultado de un fenómeno que ocurre en toda sociedad biológica (animal, vegetal o humana) donde hay riesgo de colapso si no se controla el crecimiento poblacional. Los homosexuales son necesarios en una especie sobrepoblada. Lo que es inadecuado es producir homosexuales conscientemente como política de Estado. La misma naturaleza se encargará de eso sin ayuda externa. 

miércoles, 22 de noviembre de 2017

El lápiz labial de mamá. Cuento de Sonia García


Esta semana les traigo un cuento de la escritora antioqueña Sonia Emilce García Sánchez y que fue publicado por el Ministerio de Cultura en la Antología Relata 2017





 El lápiz labial de mamá

Los aromas de especias y carne despertaron en Maú un apetito voraz; sin dar espera, bajó del segundo piso en busca de comida.

La mamá, al ver a Maú saboreándose, partió una manzana en trocitos y, mientras se la entregaba, la acompañó hasta las escalas y le dijo:

—¡Sube!

Maú intentó devolverse, pero, al ver a la mamá con el entrecejo levantado, dio medio giro y subió varios escalones, sin dejar de mirar por intervalos hacia abajo.

Su madre, firme, esperó. Cuando vio que estaba en el último escalón, le ordenó:

—Enciende la tv y mira tu programa favorito.

Maú, al ver que la mamá se alejaba, la imitó, repitiendo entre dientes, con enojo:

—¡Ube!

Al llegar al cuarto de estar prendió el televisor, pero antes de sentarse llevó el plato con los trozos de manzana hasta la nariz. Aspiró con ganas y al no sentir los aromas que le tenían la boca hecha agua, gritó con enojo:

—¡Nooo!

Apagó el televisor de golpe. Con el plato en la mano, salió con la intención de ir a la cocina, pero al cruzar el pasillo vio la puerta del cuarto de sus padres entreabierta. Pensó que allí estaba la mamá, entonces se acercó y la llamó.

La puerta cedió, y el exceso de luz al filtrarse por el ventanal la encandelilló. Maú avanzó. Mientras entreabría los ojos se fue revelando, en un esplendor jamás visto, el tocador de la mamá.

Embelesada, observó cómo los reflejos de luz, juguetones, salían disfrazados de diversos colores al filtrarse por entre las diferentes tapas de los perfumes.

Sus pupilas se iluminaban con cada uno de los destellos que emitían los collares y, coqueta, respondía imitando un guiño.

Luego centró su atención en la bailarina del cofre: ¡Tan bella!, ¡tan sutil!, ¡tan delgada! Tanto que Maú creyó verla danzar sobre un halo de luz.

Y, anhelando ser como ella, dio unos pasitos en punta, pero tropezó.

Contrariada, decidió llamar de nuevo a la mamá. Pero lo hizo casi en susurro.

Al no obtener respuesta, se acercó a la cama, necesitaba liberarse del plato; pero al descargarlo, este se deslizó y los trozos de manzana cayeron en el piso.

Iba a recogerlos cuando vio su rostro en el espejo de tres alas.

Atraída por su imagen, corrió hasta el tocador.

Trepó con dificultada al sillón y, después de menearse varias veces sobre el centro del cojín mullido, se entregó a la tarea de saborear uno a uno los olores de mamá: primero quitó las tapas a cada perfume, luego destapó las cremas de mano y… las de la cara.

Todas las llevó hasta la nariz para percibir sus olores y algunas las untó en las puntas de sus dedos.

Cuando abrió las sombras de ojos, los colores la llenaron de alegría; eran tantos, quería lucirlos todos en sus párpados.

Ya iba a meter el dedo en la sombra de color verde esmeralda, cuando un labial en forma de cisne atrajo su atención. Renunciando a su propósito de maquillar los párpados, lo cogió.

Con el dedo índice, de uña rapada, repasó las alas del ave y, al seguir de abajo hacia arriba el estilizado cuello, la tapa cayó y un delicioso olor a fresa entró por su nariz y la boca se le hizo agua, entonces miró a la sonriente bailarina y, acercándole el labial, exclamó:

—¡Humm, ico!

Sin poder contener la felicidad por estar allí, sentada en el trono de su madre, acercó a la bailarina para besarla, pero al aproximarla sus ojos chispearon, y se detuvo en seco.

Observó la base del cisne que aún conservaba en la mano y la giró:  salió una barra de labial rojo brillante. Entonces lo aproximó y abrió los labios, como lo solía hacer su madre.

Pero, al acercarlo, el olor dulzón de fresa de nuevo le aguó la boca.

Maú tragó de golpe toda la saliva. Al aproximar la barra para aplicarla en sus labios, un deseo devorador la invadió y terminó dándole un pequeño mordisco.

Al mirarse en el espejo vio la marca roja y redonda en el centro de sus labios y se sintió como una marioneta. Sonrió divertida, pero, al ver de nuevo su imagen, notó los dientes rojos, entonces pasó sobre ellos la lengua, y un sabor graso le invadió la boca.

Degustó, pero no encontró un sabor agradable.

Contrariada, miró de nuevo la barra: tan roja, tan suculento su olor…

Iba a llevarla de nuevo a la boca, cuando escuchó a la mamá que, mientras subía las escalas, la llamaba.

Maú saltó de la silla con el labial entre sus manos, y corrió a esconderse debajo de la cama.

Allí, en el fondo, se encogió en posición fetal y empezó a chupar la barra labial.

La mamá entró en la habitación y, al ver los trozos de manzana regados en el suelo, llamó a Maú con tono nervioso.

Maú no respondió.

La mamá recorrió la habitación. Al ver los cosméticos y perfumes destapados, volvió a llamarla, pero esta vez con un tono seco.

Todo estaba en silencio. A Maú ni siquiera se le oía respirar.

Entonces la mamá la buscó en el vestier, en el baño, detrás de las cortinas; al no encontrarla, decidió mirar por debajo de la cama.

Efectivamente allí estaba; le ordenó que saliera, pero Maú no se movió.

La mamá, preocupada, la volvió a llamar. Al no obtener respuesta, decidió meterse debajo de la cama y, como pudo, agarró a Maú por la espalda.

A medida que la iba jalando, sintió a la pequeña fría, rígida y engarrotada.

—¡Maú! —llamó una y otra vez la madre.

Cuando por fin la sacó, notó que Maú seguía encogida en posición fetal.

La giró y, al ver que tenía la boca y sus alrededores rojos, sintió pánico, pues, imaginó que se había ahogado. Sin pensarlo dos veces, la elevó por el aire.

Maú, al sentir que volaba, abrió los ojos, estiró los brazos y, sin soltar la base del cisne, le dio a su madre la mejor sonrisa, enseñando los dientes y la lengua rojos.

La mamá, con sentimientos encontrados, acercó a la  pequeña contra su cara. Maú, sin dejar de sonreír, interpuso entre ellas la base del cisne y llevándolo hasta la nariz de la mamá exclamó:

—¡Humm, ico!





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http://www.mincultura.gov.co/areas/artes/publicaciones/Documents/Antolog%c3%ada%20Relata%202017.pdf


Descargar libro completo aquí

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Sonia Emilce García Sánchez 



Envigado, Antioquia, 1967
Licenciada en Educación Especial de la Universidad de Antioquia. Asesora pedagógica. Gerente administrativa de Todo Stevia S.A.S. 

Ha publicado El zoocielo (2014) Un regalo inusual (2016). “El lápiz labial de mamá” hace parte quince cuentos cortos sobre Maú Down. Algunos de ellos se han publicado en Cuentos para toda clase de niños, de la colección Palabras Rodantes de Comfama y el Metro de Medellín (“Un regalo del cielo”); en la revista digital Gotas de Tinta (revista digital); Antología del taller de escritores, Universidad de Antioquia y Asmedas; Antología del taller de escritores de la Universidad de Antioquia y trabajos del taller II.

Actualmente asiste al taller de creación literaria Comedal.





miércoles, 15 de noviembre de 2017

Medicina y humanismo. Doctor Carlos Presman

La siguiente conferencia fue presentada por el doctor Carlos Presman,  médico internista argentino a quien tuve el placer de conocer en el I Coloquio Iberoamericano de Medicina Narrativa ocurrido en Cali a finales del 2016.

En treinta minutos nos muestra la realidad de nuestra medicina actual y hacia donde debemos ir si queremos que tanto  pacientes como médicos se beneficien de una medicina más humana.

La conferencia se titula  "Hacia donde va la Clínica Médica" y fue difundida por Intramed con motivo de sus 20 años.


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Dr. Carlos Presman
Nació en Córdoba Capital en 1961. Es médico clínico y docente universitario del Hospital Nacional de Clínicas, titular de la cátedra de Semiología. Colabora en medios gráficos, radiales y televisivos en temas de salud. Fue uno de los realizadores del programa radial de humor Los Galenos, que se emitió por radio Universidad (Premio Martín Fierro 1996). Fue columnista del noticiero televisivo Teleocho Noticias y colabora periódicamente en el diario La Voz del Interior. Como escritor publicó la novela Ni vivo ni muerto (Ediciones del Boulevard) que fuera traducida al alemán. Participó de la antología de cuentos Cuarto Oscuro (editorial Raíz de Dos) y es columnista de la revista La Recta. Se confiesa aficionado a las caminatas, bicicleta de montaña y pesca de truchas en las sierras de Córdoba. Presman es autor de los libros "Letra de médico I y II" , la novela "Ni vivo ni muerto" y "Vivir 100 años".

miércoles, 8 de noviembre de 2017

La última pregunta. Cuento de Isaac Asimov.


Hoy les traigo un cuento maestro:  La última pregunta del escritor Isaac Asimov. 

Espero lo disfruten.





La última pregunta 
The last question (1956)



Isaac Asimov




La última pregunta se formuló por primera vez, medio en broma, el 21 de mayo de 2061, en momentos en que la humanidad (también por primera vez) se bañó en luz. La pregunta llegó como resultado de una apuesta por cinco dólares hecha entre dos hombres que bebían cerveza, y sucedió de esta manera:

Alexander Adell y Bertram Lupov eran dos de los fieles asistentes de Multivac. Dentro de las dimensiones de lo humano sabían qué era lo que pasaba detrás del rostro frío, parpadeante e intermitentemente luminoso -kilómetros y kilómetros de rostro- de la gigantesca computadora. Al menos tenían una vaga noción del plan general de circuitos y retransmisores que desde hacía mucho tiempo habían superado toda posibilidad de ser dominados por una sola persona.

Multivac se autoajustaba y autocorregía. Así tenía que ser, porque nada que fuera humano podía ajustarla y corregirla con la rapidez suficiente o siquiera con la eficacia suficiente. De manera que Adell y Lupov atendían al monstruoso gigante solo en forma ligera y superficial, pero lo hacían tan bien como podría hacerlo cualquier otro hombre. La alimentaban con información, adaptaban las preguntas a sus necesidades y traducían las respuestas que aparecían. Por cierto, ellos, y todos los demás asistentes tenían pleno derecho a compartir la gloria de Multivac.

Durante décadas, Multivac ayudó a diseñar naves y a trazar las trayectorias que permitieron al hombre llegar a la Luna, a Marte y a Venus, pero después de eso, los pobres recursos de la Tierra ya no pudieron serles de utilidad a las naves. Se necesitaba demasiada energía para los viajes largos y pese a que la Tierra explotaba su carbón y uranio con creciente eficacia había una cantidad limitada de ambos.


Pero lentamente, Multivac aprendió lo suficiente como para responder a preguntas más complejas en forma más profunda, y el 14 de mayo de 2061 lo que hasta ese momento era teoría se convirtió en realidad.

La energía del Sol fue almacenada, modificada y utilizada directamente en todo el planeta. Cesó en todas partes el hábito de quemar carbón y fisionar uranio y toda la Tierra se conectó con una pequeña estación -de un kilómetro y medio de diámetro- que circundaba el planeta a mitad de distancia de la Luna, para funcionar con rayos invisibles de energía solar.

Siete días no habían alcanzado para empañar la gloria del acontecimiento, y Adell y Lupov finalmente lograron escapar de la celebración pública, para refugiarse donde nadie pensaría en buscarlos: en las desiertas cámaras subterráneas, donde se veían partes del poderoso cuerpo enterrado de Multivac. Sin asistentes, ociosa, clasificando datos con clics satisfechos y perezozos, Multivac también se había ganado sus vacaciones y los asistentes la respetaban y originalmente no tenían intención de perturbarla.

Se habían llevado una botella, y su única preocupación en ese momento era relajarse y disfrutar de la bebida.

-Es asombroso, cuando uno lo piensa -dijo Adell. En su rostro ancho se veían huellas de cansancio, y removió lentamente la bebida con una varilla de vidrio, observando el movimiento de los cubos de hielo en su interior-. Toda la energía que podremos usar de ahora en adelante, gratis. Suficiente energía, si quisiéramos emplearla, como para derretir a toda la Tierra y convertirla en una enorme gota de hierro líquido impuro, y no echar de menos la energía empleada. Toda la energía que podremos usar por siempre y siempre y siempre.

Lupov ladeó la cabeza. Tenía el hábito de hacerlo cuando quería oponerse a lo que oía, y en ese momento quería oponerse; en parte porque había tenido que llevar el hielo y los vasos.

-No para siempre -dijo.

-Ah, vamos, prácticamente para siempre. Hasta que el Sol se apague, Bert.

-Entonces no es para siempre.

-Muy bien, entonces. Durante miles de millones de años. Veinte mil millones, tal vez. ¿Estás satisfecho?

Lupov se pasó los dedos por los escasos cabellos como para asegurarse de que todavía le quedaban algunos y tomó un pequeño sorbo de su bebida.

-Veinte mil millones de años no es “para siempre”.

-Bien, pero superará nuestra época, ¿verdad?

-También la superarán el carbón y el uranio.

-De acuerdo, pero ahora podemos conectar cada nave espacial individualmente con la Estación Solar, y hacer que vaya y regrese de Plutón un millón de veces sin que tengamos que preocuparnos por el combustible. No puedes hacer eso con carbón y uranio. Pregúntale a Multivac, si no me crees.

-No necesito preguntarle a Multivac. Lo sé.

-Entonces deja de quitarle méritos a lo que Multivac ha hecho por nosotros -dijo Adell, malhumorado-. Se portó muy bien.

-¿Quién dice que no? Lo que yo sostengo es que el Sol no durará eternamente. Eso es todo lo que digo. Estamos a salvo por veinte mil millones de años, pero … ¿y luego? -Lupov apuntó con un dedo tembloroso al otro-. Y no me digas que nos conectaremos con otro Sol.

Durante un rato hubo silencio. Adell se llevaba la copa a los labios solo de vez en cuando, y los ojos de Lupov se cerraron lentamente. Descansaron.

De pronto Lupov abrió los ojos.

-Piensas que nos conectaremos con otro Sol cuando el nuestro muera, ¿verdad?

-No estoy pensando nada.

-Seguro que estás pensando. Eres malo en lógica, ese es tu problema. Eres como ese tipo del cuento a quien lo sorprendió un chaparrón, corrió a refugiarse en un monte y se paró bajo un árbol. No se preocupaba porque pensaba que cuando un árbol estuviera totalmente mojado, simplemente iría a guarecerse bajo otro.

-Entiendo -dijo Adell-. No grites. Cuando el Sol muera, las otras estrellas habrán muerto también.

-Por supuesto -murmuró Lupov-. Todo comenzó con la explosión cósmica original, fuera lo que fuese, y todo terminará cuando todas las estrellas se extingan. Algunas se agotan antes que otras. Por Dios, los gigantes no durarán cien millones de años. El Sol durará veinte mil millones de años y tal vez las enanas durarán cien mil millones por mejores que sean. Pero en un trillón de años estaremos a oscuras. La entropía tiene que incrementarse al máximo, eso es todo.

-Sé todo lo que hay que saber sobre la entropía -dijo Adell, tocado en su amor propio.

-¡Qué vas a saber!

-Sé tanto como tú.

-Entonces sabes que todo se extinguirá algún día.

-Muy bien. ¿Quién dice que no?

-Tú, grandísimo tonto. Dijiste que teníamos toda la energía que necesitábamos, para siempre. Dijiste “para siempre”.

Esa vez le tocó a Adell oponerse.

-Tal vez podamos reconstruir las cosas algún día.

-Nunca.

-¿Por qué no? Algún día.

-Nunca.

-Pregúntale a Multivac.

-Pregúntale tú a Multivac. Te desafío. Te apuesto cinco dólares a que no es posible.

Adell estaba lo suficientemente borracho como para intentarlo y lo suficientemente sobrio como para traducir los símbolos y operaciones necesarias para formular la pregunta que, en palabras, podría haber correspondido a esto:

¿Podrá la humanidad algún día, sin el gasto neto de energía, devolver al Sol toda su juventud aun después de que haya muerto de viejo?

O tal vez podría reducirse a una pregunta más simple, como esta: ¿Cómo puede disminuirse masivamente la cantidad neta de entropía del universo?

Multivac enmudeció. Los lentos resplandores cesaron, los clics distantes de los transmisores terminaron. Entonces, mientras los asustados técnicos sentían que ya no podían contener más el aliento, el teletipo adjunto a la computadora cobró vida repentinamente. Aparecieron cinco palabras impresas:

DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

-No hay respuesta -murmuró Lupov.


Salieron apresuradamente. A la mañana siguiente, los dos, con dolor de cabeza y la boca pastosa, habían olvidado el incidente.


*

Jerrod, Jerrodine y Jerrodette I y II observaban la imagen estrellada en la pantalla visora mientras completaban el pasaje por el hiperespacio en un lapso fuera de las dimensiones del tiempo. Inmediatamente, el uniforme polvo de estrellas dio paso al predominio de un único disco de mármol, brillante, centrado.

-Es X-23 – dijo Jerrod con confianza. Sus manos delgadas se entrelazaron con fuerza detrás de su espalda y los nudillos se pusieron blancos. Las pequeñas Jerrodettes, niñas ambas, habían experimentado el pasaje por el hiperespacio por primera vez en su vida. Contuvieron sus risas y se persiguieron locamente alrededor de la madre, gritando:

-Hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado a X-23… hemos llegado…

-Tranquilas, niñas -dijo rápidamente Jerrodine-. ¿Estás seguro, Jerrod?

-¿De qué hay que estar seguro? -preguntó Jerrod, echando una mirada al tubo de metal justo debajo del techo, que ocupaba toda la longitud de la habitación y desaparecía a través de la pared en cada extremo.Tenía la misma longitud que la nave.

Jerrod sabía poquísimo sobre el grueso tubo de metal excepto que se llamaba Microvac, que uno le hacía preguntas si lo deseaba; que aunque uno no se las hiciera de todas maneras cumplía con su tarea de conducir la nave hacia un destino prefijado, de abastecerla de energía desde alguna de las diversas estaciones de Energía Subgaláctica y de computar las ecuaciones para los saltos hiperespaciales.

Jerrod y su familia no tenían otra cosa que hacer sino esperar y vivir en los cómodos sectores residenciales de la nave.

Cierta vez alguien le había dicho a Jerrod, que el “ac” al final de “Microvac” quería decir “computadora analógica” en inglés antiguo, pero estaba a punto de olvidar incluso eso.

Los ojos de Jerrodine estaban húmedos cuando miró la pantalla.

-No puedo evitarlo. Me siento extraña al salir de la Tierra.

-¿Por qué, caramba? -preguntó Jerrod-. No teníamos nada allí. En X-23 tendremos todo. No estarás sola. No serás una pionera. Ya hay un millón de personas en ese planeta. Por Dios, nuestros bisnietos tendrán que buscar nuevos mundos porque llegará el día en que X-23 estará superpoblado-. Luego agregó, después de una pausa reflexiva: -Te aseguro que es una suerte que las computadoras hayan desarrollado los viajes interestelares, considerando el ritmo al que aumenta la raza.

-Lo sé, lo sé -respondió Jerrodine con tristeza. Jerrodette I dijo de inmediato:

-Nuestra Microvac es la mejor Microvac del mundo.

-Eso creo yo también -repuso Jerrod, desordenándole el pelo.

Era realmente una sensación muy agradable tener una Microvac propia y Jerrod estaba contento de ser parte de su generación y no de otra. En la juventud de su padre las únicas computadoras eran unas enormes máquinas que ocupaban un espacio de ciento cincuenta kilómetros cuadrados.

Solo había una por planeta. Se llamaban ACs Planetarias. Durante mil años habían crecido constantemente en tamaño y luego, de pronto, llegó el refinamiento. En lugar de transistores hubo válvulas moleculares, de manera que hasta la AC Planetaria más grande podía colocarse en una nave espacial y ocupar solo la mitad del espacio disponible.

Jerrod se sentía eufórico siempre que pensaba que su propia Microvac personal era muchísimo más compleja que la antigua y primitiva Multivac que por primera vez había domado al Sol, y casi tan complicada como una AC Planetaria de la Tierra (la más grande) que por primera vez resolvió el problema del viaje interespacial e hizo posibles los viajes a las estrellas.

-Tantas estrellas, tantos planetas -suspiró Jerrodine, inmersa en sus propios pensamientos-. Supongo que las familias seguirán emigrando siempre a nuevos planetas, tal como lo hacemos nosotros ahora.

-No siempre -respondió Jerrod, con una sonrisa-. Todo eso terminará algún día, pero no antes de que pasen billones de años. Muchos billones. Hasta las estrellas se extinguen, ¿sabes? Tendrá que aumentar la entropía.

-¿Qué es la entropía, papá? -preguntó Jerrodette II con voz aguda.

-Entropía, querida, es solo una palabra que significa la cantidad de desgaste del universo. Todo se desgasta, como sabrás, por ejemplo tu pequeño robot radio-teléfono, ¿recuerdas?

-No puedes ponerle una nueva unidad de energía, como a mi robot?

-Las estrellas son unidades de energía, querida. Una vez que se extinguen, ya no hay más unidades de energía.

Jerrodette I lanzó un chillido de inmediato.

-No las dejes, papá. No permitas que las estrellas se extingan.

-Mira lo que has hecho -susurró Jerrodine exasperada.

-¿Cómo podía saber que iba a asustarla? -respondió Jerrod también en un susurro.

-Pregúntale a la Microvac -gimió Jerrodette I-. Pregúntale cómo volver a encender las estrellas.

-Vamos -dijo Jerrodine-. Con eso se tranquilizarán.

Jerrodette II ya se estaba echando a llorar, también. Jerrod se encogió de hombros.

-Ya está bien, queridas. Le preguntaré a Microvac. No se preocupen, ella nos lo dirá.

Le preguntó a la Microvac, y agregó rápidamente:

-Imprimir la respuesta.

Jerrod retiró la delgada cinta de celufilm y dijo alegremente:

-Miren, la Microvac dice que se ocupará de todo cuando llegue el momento, y que no se preocupen.

Jerrodine dijo:

-Y ahora, niñas, es hora de acostarse. Pronto estaremos en nuestro nuevo hogar.

Jerrod leyó las palabras en el celufilm nuevamente antes de destruirlo:

DATOS INSUFICIENTES PARA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

Se encogió de hombros y miró la pantalla. El X-23 estaba exactamente delante.


*

VJ-23X de Lameth miró las negras profundidades del mapa tridimensional en pequeña escala de la Galaxia y dijo:

-¿No será una ridiculez que nos preocupe tanto la cuestión?

MQ-17J de Nicron sacudió la cabeza.

-Creo que no. Sabes que la Galaxia estará llena en cinco años con el actual ritmo de expansión.

Los dos parecían jóvenes de poco más de veinte años. Ambos eran altos y de formas esbeltas.

-Sin embargo -dijo VJ-23X- me resisto a presentar un informe pesimista al Consejo Galáctico.

-Yo no pensaría en presentar ningún otro tipo de informe. Tenemos que inquietarlos un poco. No hay otro remedio.

VJ-23X suspiró.

-El espacio es infinito. Hay cien billones de galaxias disponibles.

-Cien billones no es infinito, y cada vez se hace menos infinito.

¡Piénsalo! Hace veinte mil años, la humanidad resolvió por primera vez el problema de utilizar energía estelar, y algunos siglos después se hicieron posibles los viajes interestelares. A la humanidad le llevó un millón de años llenar un pequeño mundo y luego solo quince mil años llenar el resto de la Galaxia. Ahora la población se duplica cada diez años…

VJ-23X lo interrumpió:

-Eso debemos agradecérselo a la inmortalidad.

-Muy bien. La inmortalidad existe y debemos considerarla. Admito que esta inmortalidad tiene su lado complicado. La Galáctica AC nos ha solucionado muchos problemas, pero al resolver el problema de evitar la vejez y la muerte, anuló todas las otras soluciones.

-Sin embargo, no creo que desees abandonar la vida.

-En absoluto -saltó MQ-17J, y luego se suavizó de inmediato-. No todavía. No soy tan viejo. ¿Cuántos años tienes tú?

-Doscientos veintitrés. ¿Y tú?

-Yo todavía no tengo doscientos. Pero, volvamos a lo que decía. La población se duplica cada diez años. Una vez que se llene la galaxia, habremos llenado otra en diez años. Diez años más y habremos llenado dos más. Otra década, cuatro más. En cien años, habremos llenado mil galaxias; en mil años, un millón de galaxias. En diez mil años, todo el universo conocido. Y entonces, ¿qué?

VJ-23X dijo:

-Como problema paralelo está el del transporte. Me pregunto cuántas unidades de energía solar se necesitarán para trasladar galaxias de individuos de una galaxia a la siguiente.

-Muy buena observación. La humanidad ya consume dos unidades de energía solar por año.

-La mayor parte de esta energía se desperdicia. Al fin y al cabo, nuestra propia galaxia sola gasta mil unidades de energía solar por año, y nosotros solamente usamos dos de ellas.

-De acuerdo, pero aun con una eficiencia de un cien por ciento, solo podemos postergar el final. Nuestras necesidades energéticas crecen en progresión geométrica, y a un ritmo mayor que nuestra población. Nos quedaremos sin energía todavía más rápido que sin galaxias. Muy buena observación. Muy, muy buena observación.

-Simplemente tendremos que construir nuevas estrellas con gas interestelar.

-¿O con calor disipado? -preguntó MQ-17J, con tono sarcástico.

-Puede haber alguna forma de revertir la entropía. Tenemos que preguntárselo a Galáctica AC.

VJ-23X no hablaba realmente en serio, pero MQ-17J sacó su contacto AC del bolsillo y lo colocó sobre la mesa frente a él.

-No me faltan ganas -dijo-. Es algo que la raza humana tendrá que enfrentar algún día.

Miró sombríamente su pequeño contacto AC. Era un objeto de apenas cinco centímetros cúbicos, nada en sí mismo, pero estaba conectado a través del hiperespacio con la gran Galáctica AC que servía a toda la humanidad y, a su vez era parte integral suya.

MQ-17J hizo una pausa para preguntarse si algún día, en su vida inmortal, llegaría a ver a Galáctica AC. Era un pequeño mundo propio, una telaraña de rayos de energía que contenía la materia dentro de la cual las oleadas de submesones ocupaban el lugar de las antiguas y pesadas válvulas moleculares. Sin embargo, a pesar de esos funcionamientos subetéreos, se sabía que la Galáctica AC tenía mil diez metros de ancho.

Repentinamente MQ-17J preguntó a su contacto AC:

-¿Es posible revertir la entropía?

VJ-23X, sobresaltado, dijo de inmediato:

-Ah, mira, realmente yo no quise decir que tenías que preguntar eso.

-¿Por qué no?

-Los dos sabemos que la entropía no puede revertirse. No puedes volver a convertir el humo y las cenizas en un árbol.

-¿Hay árboles en tu mundo? -preguntó MQ-17J.

El sonido de la Galáctica AC los sobresaltó y les hizo guardar silencio. Se oyó su voz fina y hermosa en el contacto AC en el escritorio. Dijo:

DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

VJ-23X dijo:

-¡Ves!
Entonces los dos hombres volvieron a la pregunta del informe que tenían que hacer para el Consejo Galáctico.



*

La mente de Zee Prime abarcó la nueva galaxia con un leve interés en los incontables racimos de estrellas que la poblaban. Nunca había visto eso antes. ¿Alguna vez las vería todas? Tantas estrellas, cada una con su carga de humanidad… una carga que era casi un peso muerto. Cada vez más, la verdadera esencia del hombre había que encontrarla allá afuera, en el espacio.

¡En las mentes, no en los cuerpos! Los cuerpos inmortales permanecían en los planetas, suspendidos sobre los eones. A veces despertaban a una actividad material pero eso era cada vez más raro. Pocos individuos nuevos nacían para unirse a la multitud increíblemente poderosa, pero,¿qué importaba? Había poco lugar en el universo para nuevos individuos.

Zee Prime despertó de su ensoñación al encontrarse con los sutiles manojos de otra mente.

-Soy Zee Prime. ¿Y tú?

-Soy Dee Sub Wun. ¿Tu galaxia?

-Solo la llamamos Galaxia. ¿Y tú?

-Llamamos de la misma manera a la nuestra. Todos los hombres llaman Galaxia a su galaxia, y nada más. ¿Por qué será?

-Porque todas las galaxias son iguales.

-No todas. En una galaxia en particular debe de haberse originado la raza humana. Eso la hace diferente.

Zee Prime dijo:

-¿En cuál?

-No sabría decirte. La Universal AC debe de estar enterada.

-¿Se lo preguntamos? De pronto tengo curiosidad por saberlo.

Las percepciones de Zee Prime se ampliaron hasta que las galaxias mismas se encogieron y se convirtieron en un polvo nuevo, más difuso, sobre un fondo mucho más grande. Tantos cientos de billones de galaxias, cada una con sus seres inmortales, todas llevando su carga de inteligencias, con mentes que vagaban libremente por el espacio. Sin embargo una de ellas era única entre todas por ser la Galaxia original. Una de ellas tenía en su pasado, vago y distante, un período en que había sido la única galaxia poblada por el hombre.

Zee Prime se consumía de curiosidad por ver esa galaxia y gritó:

-¡Universal AC! ¿En qué galaxia se originó el hombre?

La Universal AC oyó, porque en todos los mundos tenía listos sus receptores, y cada receptor conducía por el hiperespacio a algún punto desconocido donde la Universal AC se mantenía independiente.

Zee Prime solo sabía de un hombre cuyos pensamientos habían penetrado a distancia sensible de la Universal AC, y solo informó sobre un globo brillante, de sesenta centímetros de diámetro, difícil de ver.

-¿Pero cómo puede ser eso toda la Universal AC? -había preguntado Zee Prime.

-La mayor parte -fue la respuesta- está en el hiperespacio. No puedo imaginarme en qué forma está allí.

Nadie podía imaginarlo, porque hacía mucho que había pasado el día –y eso Zee Prime lo sabía- en que algún hombre tuvo parte en construir la Universal AC. Cada Universal AC diseñaba y construía a su sucesora. Cada una, durante su existencia de un millón de años o más, acumulaba la información necesaria como para construir una sucesora mejor, más intrincada, más capaz en la cual dejar sumergido y almacenado su propio acopio de información e individualidad.

La Universal AC interrumpió los pensamientos erráticos de Zee Prime, no con palabras, sino con directivas. La mentalidad de Zee Prime fue dirigida hacia un difuso mar de galaxias donde una en particular se agrandaba hasta convertirse en estrellas.

Llegó un pensamiento, infinitamente distante, pero infinitamente claro:

ESTA ES LA GALAXIA ORIGINAL DEL HOMBRE.

Pero era igual, al fin y al cabo, igual que cualquier otra, y Zee Prime resopló de desilusión.

Dee Sub Wun, cuya mente había acompañado a Zee Prime, dijo de pronto:

-¿Y una de estas estrellas es la estrella original del hombre?

La Universal AC respondió:

LA ESTRELLA ORIGINAL DEL HOMBRE SE HA HECHO NOVA. ES UNA ENANA BLANCA.

-¿Los hombres que la habitaban murieron? -preguntó Zee Prime, sobresaltado y sin pensar.

La Universal AC respondió:

COMO SUCEDE EN ESTOS CASOS UN NUEVO MUNDO PARA SUS CUERPOS FÍSICOS FUE CONSTRUIDO A TIEMPO.

– Sí, por supuesto -dijo Zee Prime, pero aun así lo invadió una sensación de pérdida. Su mente dejó de centrarse en la galaxia original del hombre, y le permitió volver y perderse en pequeños puntos nebulosos.

No quería volver a verla.

Dee Sub Wun dijo:

-¿Qué sucede?

-Las estrellas están muriendo. La estrella original ha muerto.

-Todas deben morir. ¿Por qué no?

-Pero cuando toda la energía se haya agotado, nuestros cuerpos finalmente morirán, y tú y yo con ellos.

-Llevará billones de años.

-No quiero que suceda, ni siquiera dentro de billones de años. ¡Universal AC! ¿Cómo puede evitarse que las estrellas mueran?

Dee Sub Wun dijo, divertido:

-¿Estás preguntando cómo podría revertirse la dirección de la entropía.

Y la Universal AC respondió:

TODAVÍA HAY DATOS INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

Los pensamientos de Zee Prime volaron a su propia galaxia. Dejó de pensar en Dee Sub Wun, cuyo cuerpo podría estar esperando en una galaxia a un trillón de años luz de distancia, o en la estrella siguiente a la de Zee Prime. No importaba.

Con aire desdichado, Zee Prime comenzó a recoger hidrógeno interestelar con el cual construir una pequeña estrella propia. Si las estrellas debían morir alguna vez, al menos podrían construirse algunas.


*

El Hombre, mentalmente, era uno solo, y estaba conformado por un trillón de trillones de cuerpos sin edad, cada uno en su lugar, cada uno descansando, tranquilo e incorruptible, cada uno cuidado por autómatas perfectos, igualmente incorruptibles, mientras las mentes de todos los cuerpos se fusionaban libremente entre sí, sin distinción.

El Hombre dijo:

-El Universo está muriendo.

El Hombre miró a su alrededor a las galaxias cada vez más oscuras. Las estrellas gigantes, muy gastadoras, se habían ido hace rato, habían vuelto a lo más oscuro de la oscuridad del pasado distante. Casi todas las estrellas eran enanas blancas, que finalmente se desvanecían.

Se habían creado nuevas estrellas con el polvo que había entre ellas, algunas por procesos naturales, otras por el Hombre mismo, y también se estaban apagando. Las enanas blancas aún podían chocar entre ellas, y de las poderosas fuerzas así liberadas se construirían nuevas estrellas, pero una sola estrella por cada mil estrellas enanas blancas destruidas, y también estas llegarían a su fin.

El Hombre dijo:

-Cuidadosamente administrada y bajo la dirección de la Cósmica AC, la energía que todavía queda en todo el universo, puede durar billones de años. Pero aun así eventualmente todo llegará a su fin. Por mejor que se la administre, por más que se la racione, la energía gastada desaparece y no puede ser repuesta. La entropía aumenta continuamente.

El Hombre dijo:

-¿Es posible revertir la entropía? Preguntémosle a la Cósmica AC.

La AC los rodeó pero no en el espacio. Ni un solo fragmento de ella estaba en el espacio. Estaba en el hiperespacio y hecha de algo que no era materia ni energía. La pregunta sobre su tamaño y su naturaleza ya no tenía un sentido comprensible para el Hombre.

-Cósmica AC -dijo el Hombre- ¿cómo puede revertirse la entropía?

La Cósmica AC dijo:

LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

El Hombre ordenó:

-Recoge datos adicionales.

La Cósmica AC dijo:

LO HARÉ. HACE CIENTOS DE BILLONES DE AÑOS QUE LO HAGO. MIS PREDECESORES Y YO HEMOS ESCUCHADO MUCHAS VECES ESTA PREGUNTA. TODOS LOS DATOS QUE TENGO SIGUEN SIENDO INSUFICIENTES.

-¿Llegará el momento -preguntó el Hombre- en que los datos sean suficientes o el problema es insoluble en todas las circunstancias concebibles?

La Cósmica AC dijo:

NINGÚN PROBLEMA ES INSOLUBLE EN TODAS LAS CIRCUNSTANCIAS CONCEBIBLES.

El Hombre preguntó:

-¿Cuándo tendrás suficientes datos para responder a la pregunta?

La Cósmica AC respondió:

LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

-¿Seguirás trabajando en esto? -preguntó el Hombre.

La Cósmica AC respondió:

SÍ.

El Hombre dijo:

-Esperaremos.

*

Las estrellas y las galaxias murieron y se convirtieron en polvo, y el espacio se volvió negro después de tres trillones de años de desgaste. Uno por uno, el Hombre se fusionó con la AC, cada cuerpo físico perdió su identidad mental en forma tal que no era una pérdida sino una ganancia. La última mente del Hombre hizo una pausa antes de la fusión, contemplando un espacio que solo incluía la borra de la última estrella oscura y nada aparte de esa materia increíblemente delgada, agitada al azar por los restos de un calor que se gastaba, asintóticamente, hasta llegar al cero absoluto.

El Hombre dijo:

-AC, ¿es este el final? ¿Este caos no puede ser revertido al universo una vez más? ¿Esto no puede hacerse?

AC respondió:

LOS DATOS SON TODAVÍA INSUFICIENTES PARA UNA RESPUESTA ESCLARECEDORA.

La última mente del Hombre se fusionó y solo AC existió en el hiperespacio.
*


La materia y la energía se agotaron y con ellas el espacio y el tiempo. Hasta AC existía solamente para la última pregunta que nunca había sido respondida desde la época en que dos técnicos en computación medio alcoholizados, tres trillones de años antes, formularon la pregunta en la computadora que era para AC mucho menos de lo que para un hombre el Hombre.

Todas las otras preguntas habían sido contestadas, y hasta que esa última pregunta fuera respondida también, AC no podría liberar su conciencia.

Todos los datos recogidos habían llegado al fin. No quedaba nada para recoger.

Pero toda la información reunida todavía tenía que ser completamente correlacionada y unida en todas sus posibles relaciones.

Se dedicó un intervalo sin tiempo a hacer esto.

Y sucedió que AC aprendió cómo revertir la dirección de la entropía.

Pero no había ningún Hombre a quien AC pudiera dar la respuesta a la última pregunta. No había materia. La respuesta -por demostración- se ocuparía de eso también.

Durante otro intervalo sin tiempo, AC pensó en la mejor forma de hacerlo.

Cuidadosamente, AC organizó el programa.

La conciencia de AC abarcó todo lo que alguna vez había sido un Universo y pensó en lo que en ese momento era el Caos. Debía hacerse paso a paso.

Y AC dijo:

¡HÁGASE LA LUZ!

Y la luz se hizo…

FIN




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Isaac Asimov  (1920-1992)




Escritor y científico de origen ruso, nacionalizado estadounidense. Uno de los principales divulgadores de la ciencia, la historia y la literatura de ciencia ficción en el siglo XX.  



La última pregunta fue publicada bajo el nombre de "The last question" en 1956


Pueden encontrar otro de sus cuentos en este blog: Sueños de robot haciendo click en el enlace.